Cuando me decidí por ir de viaje a Bruselas, en ningún momento pensé que iba a quedar tan maravillada y contenta con mi estancia en esta ciudad. Aún sabiendo que es una de las capitales europeas más importantes en muchos aspectos, en serio que no tenía ni idea de lo bonita e interesante que podría llegar a resultarme. Pero lo cierto es que ha valido la pena pasar ahí unos días y poder admirar de cerca tanta belleza e historia, aparte de descubrir una forma de vida muy tranquila y en algunos casos hasta lujosa.
Para empezar, no encuentro palabras para describir la Plaza Grande de la ciudad, puesto que resulta ser un espectáculo impresionante donde se entremezclan muchos estilos de arquitectura en los diferentes edificios que la rodean, y no llego a imaginarme lo hermosa que puede convertirse cuando cada dos años se celebra el mercado de las flores, lastima no haber coincidido con este evento, porque las fotos y los recuerdos que pude ver en Bruselas sobre este evento, prometen ser toda una vivencia incomparable para los turistas.
Ciertamente ya solo el pasear por esta ciudad es un lujo increíble, pero hacerlo por el centro histórico, Ilot Sacré, es como transportarse en el tiempo pero sin dejar de estar en el presente, pues hay muchísimas opciones tanto de restauración como de ocio.
En lo que se refiere a la gastronomía, es imprescindible probar, saborear y en definitiva, atiborrarse de los chocolates belgas, los hay para todos los gustos y de todos los tipos, y creo que es obligado para todos los que nos morimos por el chocolate, probarlos todos…
Una de las visitas en las que más fotos se hacen es sin duda alguna la de la famosa estatua del niño orinando, el Manneken Pis, y es increíble como algo tan simple se ha convertido en una visita obligada.
Hay muchísimos más lugares que visitar en Bruselas, entre palacios, plazas, barrios y teatros, y desde luego que todos ellos tienen su encanto y su belleza, así que recomiendo este viaje para todos aquellos que gusten del arte y de ciudades extremadamente bellas.